miércoles, 31 de mayo de 2023

Elecciones en julio: ¿la solución a nuestros problemas?

Publicado en VozPopuli

Las elecciones son como los exámenes: un modo de medir. En las segundas, lo que sabes, y en las primeras, las preferencias de la gente. En definitiva, son convenciones a las que llegamos para tomar decisiones más o menos acertadas, porque ni unas ni otras pueden medir exactamente lo que pretenden. En las oposiciones se articulan unos sistemas que permiten llegar a la conclusión que el opositor tiene ciertos conocimientos y habilidades pero, claro, no siempre son exactos, porque dependerá de la capacidad de cada uno en los exámenes orales, la presencia de ánimo o si en ese día tenía dolor de estómago o no. Y en las elecciones ocurre lo mismo: hay unas reglas específicas que pueden afectar a la conclusión que se obtenga. No es lo mismo que tengamos un sistema mayoritario o proporcional, que las circunscripciones sean de una manera u otra, que hay muchos partidos o pocos y, por supuesto, no son lo mismo las elecciones autonómicas y las municipales, por lo que es difícil hacer extrapolaciones de lo ocurrido en las elecciones del domingo a las generales siguientes.

 Dicho eso, es cierto que, aun siendo locales y autonómicas, estas elecciones tenían un significado especial, una explicación plebiscitaria sobre el gobierno nacional de coalición que no sólo no ha tratado de evitarse sino que ha sido promovido por el propio gobierno de Sánchez, a pesar de las reticencias de algunos de los barones regionales.

 Y la prueba de que era así es que el presidente del gobierno lo ha interpretado en clave nacional y ha convocado inmediatamente elecciones generales. Un gobierno de coalición entre un partido tradicional y de Estado y un partido antisistema ha conducido a decisiones difícilmente aceptables por una parte muy importante de la sociedad, porque han tocado cuestiones y puntos considerados esenciales para una normal convivencia y que han afectado a la neutralidad de las instituciones, la unidad nacional, la división de poderes, el reparto de premios políticos y castigos a través del Código Penal. No se ha vacilado en ofender los presupuestos básicos del sistema democrático y además se ha hecho sin remordimiento ni vergüenza, contradiciéndose sin rubor y falseando la realidad descaradamente. Obviamente, eso tiene un coste. Como decía Abraham Lincoln, “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo".

 ¿Las elecciones en julio resolverán el problema? Si hay un cambio político se resolverán algunos problemas inmediatos que han exacerbado a parte de la población: quizá haya más estabilidad en el gobierno, menos gasto populista inútil, menos identitarismo agresivo, menos leyes dañinas para el funcionamiento de la economía, menos polémicas estériles. Salvo, eso sí, que sea necesario un pacto de la derecha con su extremo y nos encontremos con una reacción en sentido contrario polarizador y reactivo.

 Porque lo que creo que lo esencial es que el país vuelva a la centralidad, al sentido común y a los valores democráticos. Como se expresa en un libro que luego mencionaré, el “bibloquismo”, los cordones sanitarios y la falta de diálogo son una impostación de los políticos que no existe en la realidad de los ciudadanos. Quizá el hecho de que, en las democracias occidentales, el estado del bienestar haya reducido las diferencias esenciales entre los ciudadanos haya hecho que los partidos pugnen en cuestiones accesorias –como muchas de las identitarias- para lograr un discurso diferenciado de los demás, polarizando su discurso.

 Por supuesto, lo primero que necesita el país es cambiar a las personas, y con ellas sus políticas dañinas e incompetentes. Es curioso observar como en otros países, como Reino Unido, los primeros ministros son removidos por su propio partido cuando no funcionan. Aquí tiene que ocurrir una catástrofe o un error mayúsculo como el de Casado para que esto ocurra: los barones regionales han asistido asombrados a lo que ocurría. Pero una vez cambiadas las personas, necesitamos liderazgos que no se limiten a ponerse ellos en lugar de los otros. Es un momento histórico, una oportunidad de la que dependerá nuestro futuro y que pasa por hacer entender a la población que no se trata de tener razón, de que triunfe su ideología, sino de encontrar soluciones a los problemas económicos y sociales, pero también, y en un lugar destacado, de reforzar un sistema democrático y constitucional que se ha puesto en tela de juicio en los últimos años con grave perjuicio no sólo para el derecho o la ética, sino para la economía y el bienestar de un país que, en buena parte, depende que se respeten esas reglas que benefician al más eficiente, al más justo, al más trabajador o al más competente.

 Recientemente se ha publicado el libro “La democracia menguante”, escrito un grupo de profesores del Colegio Libre de Eméritos Universitarios, coordinado por Manuel Aragón Reyes, que recoge un informe que llama la atención sobre la situación de deterioro en que se encuentra la democracia española, que está poniendo en grave riesgo el adecuado funcionamiento de nuestro sistema constitucional. Igualmente el informe sobre el Estado de Derecho de la Fundación Hay Derecho ha puesto de manifiesto este grave problema. Si el Tribunal Constitucional está contaminado por el partidismo político; si los nombramientos de los tribunales superiores de justicia se realizan por el criterio de sintonía con el poder y no por competencia; si la neutralidad del CIS es igual a 0; si la imparcialidad de las agencias y otras instituciones del Estado es dudosa; si en las empresas públicas y otros cargos de la administración se cubren con amigos y no por los más competentes… Si todo esto ocurre y no se cambia, corremos el riesgo de que los siguientes que vengan usen indebidamente del poder colonizando unas instituciones, ya maltrechas y debilitadas, en su propio beneficio.

 Necesitamos un cambio. Un cambio de personas, pero también de actitudes y de talante. Un cambio de fondo inteligente y profundo en el que la voluntad de llegar a acuerdos prime sobre la ideología. Un liderazgo que comprenda que es preciso rescatar las instituciones de la colonización partidista y que es necesario que las normas se cumplan, porque eso es bueno para todos. Por supuesto, las reglas electorales son las que son, y no sabemos qué pasará, pero indudablemente tenemos una oportunidad de cambio crucial. Esperemos que nuestros representantes sepan aprovecharla.

 



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