martes, 20 de junio de 2023

Politainment versus Dedómetro

Publicado en VozPopuli el 20 de junio de 2023

Es cierto que entretiene mucho ver en la tele como hacen sufrir a Montero vetándola en Sumar; o la apuesta a seis debates porque yo lo valgo; por no mencionar al delegado del gobierno en Madrid

haciendo méritos en el momento más inoportuno; o el morbo de los pactos con la ultraderecha sin saber muy bien qué van a pactar. Es lo que ha venido a llamarse infoteinment, un neologismo anglosajón formado por los términos information y entertainment que alude a la tendencia periodística de mezclar información y espectáculo para captar audiencia. Podríamos incluso decir más: se ha impuesto la politainment, en la que lo que importa es llamar la atención para diferenciarse del rival, atraer su atención, excitar sus pasiones más bajas y, a la postre, recabar su voto.

 Obviamente, en un mundo enormemente globalizado, complejizado, interdependiente y, en cierto modo, caótico, las decisiones que un gobierno puede tomar están mediatizadas por Europa, el mercado global, la inercia del Estado del bienestar y, desde luego, la opinión pública. Era más fácil posicionarse cuando el problema era la lucha de clases en un país autárquico que cuando la cuestión es si la cita previa funciona o si procede aumentar el ingreso mínimo vital o las pensiones en un mundo globalizado. La cosa no tiene tanta épica ni emoción, claro, por lo que es necesario inventarse conflictos y ofensas de todo tipo para tener excitado al personal y conducirlo a donde interese. O sea, hacer cordones sanitarios, juzgar a la gente por su género o cualquier otra característica y no por sus actos, decir enormidades como las del delegado del gobierno en Madrid y, sobre todo, escandalizarse y ofenderse mucho.

 El caso es que, mientras asistimos al infoteinment y al politainment, la vida política real, la que realmente importa, sigue deteriorándose. Lamentablemente, el deterioro institucional tiene ya cierto recorrido en España, y está vinculado al funcionamiento de los partidos, al sistema electoral, al nivel de las élites políticas, a los sistemas de control democrático y, por supuesto, al cumplimiento individual de los valores democráticos. Todo conduce a que funcionen peor los mecanismos políticos y jurídicos que garantizan la convivencia dividiendo el poder en varios, fijándole límites, exigiéndole transparencia, eficacia e imparcialidad y obligándole a rendir cuentas. Porque, igual que los gases naturalmente se expanden y se difunden hasta ocupar todo el recipiente que los contiene, la tendencia natural del poder es abusar y expandirse; y si estamos entretenidos ofendiéndonos y rasgándonos las vestiduras difícilmente apreciaremos abusos más sutiles pero muy relevantes para nuestra vida.

Pues conviene recordar que ese deterioro institucional, el de las reglas del juego no es un simple problema formal, de incumplimiento de ciertos trámites. No, que no funcionen las reglas que nos hemos dado significa que no haya imparcialidad, que no gane el mejor, que no haya transparencia ni nadie responda por lo que hace, que triunfe el amiguismo, el nepotismo y la corrupción. Y ello ocurre cuando el CGPJ o el TC están politizados, el Fiscal General del Estado se nombra con criterios partidistas, cuando se quiere controlar la CNMC o cualquier otra agencia que limite a otros poderes políticos o económicos o cuando el parlamento no es un lugar de debate sino de transmisión de instrucciones. Al final lo que ocurre es que las decisiones que se toman no son las que interesan a todos sino las que convienen a unos pocos, y eso hace que esos pocos vivan mejor y que el país pierda competitividad y baje en las listas que miden el desarrollo de las naciones.

 Hubo una ventana de oportunidad cuando el sistema bipartidista, asediado por la crisis económica, se abrió para dar entrada a otras ideas, algunas de regeneración, que hubieran podido incentivar un cambio en el sistema. Pero esta ventana de oportunidad se ha cerrado con un rotundo fracaso, pues no han entrado por ellas aires regeneradores sino nocivos, que han propiciado la alianza del sistema con quienes desean la muerte del sistema, con metástasis en todas las instituciones.

 Recientemente, la Fundación Hay Derecho ha publicado una interesante investigación (el Dedómetro, no deja lugar a dudas), realizada a 101 máximos responsables de 43 empresas públicas de la Comunidad Valenciana y de la Comunidad de Madrid (para que haya de todo), de la que se deduce que el 60 % de los máximos responsables de las empresas públicas madrileñas y valencianas suspenden en mérito y capacidad y no tienen el nivel que se les exigiría en las empresas privadas, además de estar expuestos a niveles de rotación muy altos, vinculados principalmente a los cambios de gobierno. Ello se debe a que no hay un proceso de selección objetivo, transparente y con la necesaria concurrencia, a pesar de que los directivos cuentan con salarios de hasta 220.000 euros anuales y gestionan presupuestos medios de 184 millones de euros en empresas públicas de sectores claves como el transporte, los medios de comunicación o las finanzas. Y esto es una pequeña muestra.

 Mientras, nosotros rasgándonos las vestiduras porque tal o cual político ha hecho determinadas declaraciones insultantes o si el presidente ha cogido el Falcon. Es preciso que seamos capaces de darnos cuenta de aquello que verdaderamente nos importa y exigírselo a nuestros políticos. Obviamente, nuestro margen de maniobra es el que es, y no deja de ser cierto que en las elecciones suele primar la voluntad de echar al que está que el voto en positivo, pero creo que los políticos también perciben por dónde van las cosas. Recientemente Feijoo creaba una fundación, Reformismo21, en la que recogía personalidades de diferentes procedencias, entre ellas Garicano, y parece que ha puesto entre sus reformas iniciales la del CGPJ, que permita la elección por los jueces en la forma preferida por la Constitución. Ese debería ser el camino, aunque luego las inercias centrípetas del sistema hacen que sea muy difícil recorrerlo. De momento me conformo con que la clase política comprenda que para mí, y creo que para muchos otros, es importante lo que se hace y no sólo lo que sale en la tele.


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