Me gustaría defender ante los jóvenes la atrevida tesis de que, entre Arte y Notarios, Museo del Prado y Fundación del Notariado, no hay tanta distancia ontológica, o sea, de naturaleza. Es verdad que el Museo del Prado se dedica al arte y el arte es lo que no es útil ni práctico, sino lo que busca la belleza, lo que expresa las emociones o realidades de una manera hermosa u original; esas manifestaciones estéticas que no conducen a nada productivo y rentable salvo, eso sí, que convirtamos la obra en sí misma en mercancía y moneda de cambio. En cambio, aparentemente, el Notariado se dedica a lo práctico, a los contratos que producen plusvalías, a modificar los objetos, a transmitirlos, a realizar actos útiles para el patrimonio o la vida personal del ciudadano, a declaraciones firmes e irrefutables, útiles, en definitiva.
Pero sólo es una apariencia, porque hay relaciones más profundas que considerar. Me gustaría traeros aquí a colación a un pensador italiano Nuccio Ordine que, por cierto, ha fallecido el pasado año, y que publicó un librito delicioso que se llama La utilidad de lo inútil. Dice en él: “Si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida”.
Y es que como dice el filósofo Lecomte, en la escala de los seres solo el hombre realiza actos inútiles. Y si no se comprende la utilidad de lo inútil, no se comprende el arte, decía el dramaturgo Ionesco. El escritor japonés Okakura, al describir el ritual japonés del té, dijo que el placer de un hombre cogiendo una flor para regalarla a su amada es el momento preciso en que la especie humana se había elevado por encima de los animales. Al percibir la utilidad de lo inútil, el hombre entra en el reino del arte.
Dice Órdine: “Existen saberes que son fines por sí mismos y que –por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial-, pueden ejercer un papel en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”. Esta es la clave: aquello que nos ayuda a hacernos mejores, que muchas veces no es lo que nos hace ganar más, triunfar más, ser admirados y famosos, como luego explicaré.
Precisamente esta idea de la utilidad de lo inútil es un bello punto de contacto entre el Arte, el Museo del Prado y el Notariado o, en general, cualquier profesión o actividad de la vida. Porque cuando yo me siento verdaderamente profesional, verdadera persona, verdadero notario, es cuando realizo cosas inútiles pero que tienen utilidad: cuando atiendo a alguien que está necesitado de mi ayuda, a pesar de que lo que me paga no cubre el trabajo; cuando hago lo que tengo que hacer sin esperar recompensa, cuando hago lo que me toca más allá del cumplimiento del deber, cuando entras en la intimidad de la gente para aconsejarle aquello que no consta en ningún documento. Es esa inutilidad, la que no te paga nadie, la que te hace un buen ser humano extraordinario y un profesional excelente.
Me diréis que eso es confundir la ética con la estética, y no digo que no, aunque, también las acciones buenas son acciones bellas y, como os decía antes, lo inútil es lo que nos hace ser mejores personas. El filósofo Wittgenstein dijo que la estética y la ética eran la misma cosa, y aunque nadie sabe del todo lo que quería decir, la verdad es que está bien traído y algo tendrá que ver con que desde la Grecia clásica, la Tríada que resume los grandes valores de la humanidad es el bien, la verdad y la belleza. Si por algo merece la pena vivir, es por contemplar la belleza, dijo Platón en su obra El Banquete.
Y no se nos olvide una cosa: nunca sabemos lo que puede ser práctico a medio o largo plazo. Algunas de las investigaciones científicas más inútiles han favorecido el progreso de forma sorprendente tiempo después. En 2005, Steve Jobs, el creador de Apple, dio un legendario discurso en la universidad de Stanford, en el que contó la historia del origen de su amor por la tipografía. Sin saber realmente qué hacer con su vida decidió abandonar sus estudios, aunque siguió acudiendo a ciertas clases que despertaban su curiosidad. Una de ellas fue un curso de caligrafía, uno de los mejores en el país, de acuerdo con Jobs. Allí conoció el mundo de la tipografía y quedó fascinado con ella. Pensó que no tendría ninguna aplicación práctica en su vida; no obstante, sabemos lo útil que fue para él a la hora de diseñar el Mac, “el primer ordenador con tipografías bellas”. Eso marcó la diferencia.
Ahora bien, quiero advertir de una cosa. No es lo mismo una vida plena y feliz que eso que se llama triunfar en la vida. Malcolm Gladwell, en un librito titulado Fueras de Serie (Outliers), explica por qué unas personas tienen éxito y otras no. Para “triunfar” no basta con ser joven, ni con apreciar la utilidad de lo inútil, ni tampoco con ser bello uno mismo. Como dice Gladwell, ese supuesto triunfo que consiste en ser millonarios, famosos o admirados depende de muchas cosas, entre las que está el talento, la suerte, saber aprovechar la oportunidad, la herencia recibida y, también, cumplir la regla de las 10.000 horas. La maestría exige tiempo. Y, por cierto, para ser notario hay que echar esas 10.000 horas, o más, pero tampoco tenemos garantizado el éxito en la oposición.
Y es que una vida plena y feliz no depende del triunfo, por mucho que a todos nos guste, y el triunfo no siempre depende de nosotros. Una vida plena y feliz depende de vuestros valores, que os ayudarán a conducir vuestra vida, afrontar las adversidades, desarrollar vuestras capacidades y disfrutar de lo inútil y de lo útil.
Por eso, disfrutad de lo bello, gozad de lo inútil, y no dejéis de esforzaros por la excelencia. Todo es compatible. Y sed jóvenes siempre, porque como dijo Franz Kafka, “la juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza jamás envejece”. Haced caso a Kafka y no a Oscar Wilde, que decía: “haría cualquier cosa por recuperar la juventud… excepto hacer ejercicio, madrugar, o ser un miembro útil de la comunidad”. Conservad vuestra juventud por siempre, pero esforzaros las 10.000 horas. Seguro que esto mismo os lo dicen vuestros maestros. Hacedles caso.
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