lunes, 24 de marzo de 2014

Flash Derecho: Adolfo Suárez y la tragedia griega

Publicado en el Blog ¿Hay Derecho? el 24 de marzo de 2014.

La persona y el personaje político de Suárez han tenido y siguen teniendo hoy un atractivo indudable. Y quizá la razón de ello, aparte de los datos objetivos que lo convierten en el hacedor de la Transición Democrática, sea que en su vida, tanto personal como política, se encuentran muchos de los elementos de la tragedia griega que, como decía Aristóteles, ilustra más y es más verdadera que la historia real por cuanto presenta situaciones concretas vinculadas causalmente para ilustrar principios universales.

El argumento de la tragedia griega es frecuentemente el devenir de un personaje cuyas cualidades exceden las del hombre común pero que, a consecuencia de sus pasiones (pathos) o de sus acciones, cae en desgracia de una manera predestinada y casi inevitable (Deus ex machina) lo cual es contemplado por el espectador finalmente con sentimientos de piedad y terror que permiten que la mente se purifique de las pasiones negativas que cada hombre posee. La catarsis final representa la toma de conciencia del espectador que, comprendiendo a los personajes, alcanza este estado final de conciencia y sabiduría, distanciado de las pasiones
Suárez fue elegido por Zeus para realizar uno de los trabajos de Hércules, la Transición Española. En su consecución luchó contra grandes peligros y amenazas – no olvidemos los constantes atentados terroristas, el “ruido de sables” y los extremismos varios- y hasta soportó un golpe de Estado. Al final le abandonaron los corifeos (perdóneseme la licencia: los que siguen y apoyan al personaje principal) y cae en desgracia abandonado por todos, como expresan gráficamente los únicos dos diputados obtenidos (el famoso “Agustín y yo”) con el partido que él fundó al caer UCD, el CDS, en las elecciones de octubre de 1982. Poco levantó la cabeza a partir de ese momento, y en lo poco que lo hizo fue golpeado con varias tragedias personales que minaron su resistencia hasta que finalmente una grave enfermedad le hizo perder la conciencia. Mucho se ha hablado de su ambición, de sus virtudes y sus defectos. Pero lo que es claro es que al final llega la catarsis y el espectador efectivamente se siente próximo al héroe y a sus desgracias en las que, en buena parte, se ve reflejado.
Es este sin duda el momento de honrar su persona y su obra, que fue importante por mucho que quienes, aun jóvenes, los vivimos, recordemos lo accidentado, convulso y peligroso de aquellos años. El paso de una dictadura de cuarenta años a una democracia avanzada en poquísimos meses, con el harakiri de las Cortes anteriores, la legalización del Partido Comunista, la aprobación de la Constitución de 1978 y tantas cosas más de por medio fue una obra maestra y puso a España al nivel de los países europeos con los que comparte historia. Por supuesto, no fue perfecta: en la Transición se hizo lo que se pudo y quizá se pudo hacer mejor, pero había prioridades y en ese salto mortal no es fácil caer de pie en un elegante escorzo, cuando además no ha habido tiempo para ensayar. Bastante tuvimos con no rompernos la crisma.
Pero no es este el momento de recordar esas carencias. No, este es el momento de recordar su obra y su persona. Su persona porque fue de una rectitud personal, limpieza y coherencia que nos hacen añorar otros tiempos en los que, al menos no en la proporción actual, la corrupción y el interés personal no campaban por sus respetos. Y su dignidad política, mostrada paladinamente tanto en su postura firme e inconmovible en su escaño en el 23 F que tantas veces hemos visto reflejada gráficamente como en su dimisión como presidente de Gobierno no por horribles acusaciones de corrupción o de incumplimiento de su programa, sino simplemente por considerarlo lo mejor para el Estado y lo más conforme a su dignidad personal. La renuncia que ello debió de significar para él, un zoon politikon, un verdadero animal político con las máximas ambiciones en este ámbito y prácticamente ninguna en los demás (recuerden su tortilla francesa y la ausencia de escándalos en cualquier otro vicio capital), está, en efecto, a la altura de cualquier tragedia griega, y lamentablemente nos incita a odiosas comparaciones que están en la mente de todos y que hoy no quiero citar.
Y también es preciso recordar su obra, el advenimiento de la democracia. Sin duda  esta tarea no fue sólo suya, sino colectiva, pero él tuvo en ella un papel determinante con su habilidad, determinación y voluntad de lograr el tan traído y llevado consenso que, como sinónimo de deliberación, intercambio de opiniones y acuerdo (no como renuncia a los intereses generales para logros particulares) es un valor incuestionable que trajo a España la modernidad tras años, por no decir siglos, de atraso. Y resulta importante recordar esto hoy porque cabe constatar que el fallecimiento de Suárez coincide, de una manera un tanto simbólica, con un momento político en el que una buena parte de su obra se encuentra en entredicho, como comentamos y denunciamos constantemente en este blog.
Pero ojalá Suárez, con su fallecimiento, nos preste un último servicio: el de la catarsis nacional que estamos necesitando, el alcanzar esa sabiduría o concienciación de lo que fue su obra y de las acciones que se precisan para acabarla y consolidarla.

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