sábado, 29 de octubre de 2022

Discurso del Presidente en la entrega de los VII Premios Hay Derecho

Publicado en el Blog Hay Derecho el 29 de octubre de 2022

Enhorabuena a la Asociación Profesional e Independiente de Fiscales y a la Asamblea por una escuela bilingüe en Cataluña

Los premios Hay Derecho han recaído en años anteriores sobre personas de perfiles muy diferentes: luchadores contra la corrupción; contra  abuso, el olvido o la injusticia. Este año no es diferente, por supuesto.

Desde mi punto de vista hay ciertos puntos de conexión entre los premiados de este año:

  • Ambos luchan contra una injusticia palmaria y evidente que no exige demasiado esfuerzo probatorio ni una cultura especial.
  • Su lucha exige mucho esfuerzo personal continuado en el tiempo.

Me gustaría decir algo de ambas circunstancias.

En primer lugar, sobre lo evidenteTristes tiempos –escribió Dürrenmatt– en los que hay que luchar por lo que es evidente. Muchos tenemos la sensación de que en los últimos tiempos se ha producido un cambio cualitativo en el discurso público.

Por supuesto, la acción política, la lucha por el poder, siempre tiene tendencia al exceso. Decía Benjamin Constant que “es inherente al poder traspasar sus propios límites, desbordar los cauces establecidos para su ejercicio y usufructuar parcelas individuales de libertad que deberían estarle vedadas.

Pero el discurso público normalmente no es tan brutal. El poder sabe que hay esos límites pero, incluso en las dictaduras, trata de disimular sus excesos. Decía La Rochefoucauld que la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud. Eso significa que el hipócrita trata de evitar que le relacionen con el mal y con ello reconoce que hay un bien, pues todavía guarda éste como referencia de comportamiento y se avergüenza del suyo.

Pero parece que hoy no es preciso disimular, basta con negar el bien, rechazar lo evidente, acudir a lo emocional y fomentar el extremismo. La  filosofía posmoderna, que considera la verdad un concepto relativo, viene bien a quienes no conviene la verdad, pues ya no tienen que fingir, basta no reconocer los desmanes como tales. “No hay ningún problema con la lengua en Cataluña”, repiten machaconamente algunos dirigentes políticos, mientras instan o toleran el incumplimiento de una sentencia que reconoce el derecho de aprender en tu idioma en un modesto 25%;  no hay ningún problema, tampoco, en la Fiscalía General del Estado, porque “¿de quién depende la Fiscalía?

En segundo lugar, sobre lo continuado de estos problemas. Los objetivos de nuestros premiados no son cuestiones coyunturales, sino permanentes. Parece como si hubiera problemas que es imposible arreglar en España. Cuestiones que tratábamos en el blog hace doce años –la independencia del poder judicial, la autonomía de las agencias reguladoras, la independencia e imparcialidad de cargos tan importantes como el de Fiscal General del Estado, la corrupción, los derechos de los ciudadanos en Cataluña- siguen exactamente igual que hace más de una década, o peor.

Por ello, la contumacia –esta es la palabra-  de estas actitudes debería alertarnos, porque son síntomas que parecen avisar de un síndrome, el del deterioro de las democracias liberales, no privativa de España, pero especialmente significativa en nuestro país por su más corta trayectoria democrática.

Me atrevería a vislumbrar en la lucha de nuestros premiados, al menos, dos rasgos de este síndrome:

Por un lado, el concepto de generalidad de la norma, esa idea de la ilustración que parte de que todos somos iguales formalmente y que las leyes son para todos y no para unos pocos; que no debe haber excepciones en la aplicación de la ley, que no cabe el Derecho penal de autor ni prescindir de la presunción de inocencia; y que ello –nos diría Torreblanca-  no es obstáculo para buscar la justicia material, sino sólo requisito imprescindible para que el fin no justifique los medios, medios que  impliquen injusticias individuales.

Por otro, la idea de que las instituciones de un Estado no son instrumentos de poder ni pueden ser reflejo automático de las fuerzas parlamentarias, porque el Estado, en un país democrático no es un bloque monolítico de poder hobbesiano sino una delicada composición articulada de micropoderes que se compensan y controlan unos a otros, y que se han organizado así por la opinión común de que el abuso está en la naturaleza humana y se sabe que dividir el poder en muchos y contraponerlos resguardará las libertades de los ciudadanos. El pueblo no debe votar sobre cuál es la realidad, sino decidir qué se hace con esa realidad.

Nuestros premiados creen en estos valores y los han puesto por delante de su conveniencia personal. «Los principios sólo significan algo si te atienes a ellos cuando son inconvenientes», se dice.  Bertolt Brecht afirmaba que: “Hay personas que luchan un día y son buenos. Hay otras que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero también están los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Ellos han luchado y por eso son imprescindibles.

Pero no quisiera dejar el discurso aquí. Quisiera que el ejemplo de nuestros premiados nos haga reflexionar sobre la necesidad de seguir con ese esfuerzo continuado en la lucha por lo evidente, como sociedad civil.

Si queremos que el deterioro de la democracia liberal no prosiga imparable o se pase como una enfermedad leve en nuestro país, es preciso que la sociedad civil presione a quienes detentan el poder para que respeten las reglas del juego. Un país maduro y adulto sabe que nadie le va a resolver los problemas; también sabe que no debemos dejarlo todo a la individualidad de gente indispensable, como los premiados. Tenemos que hacerlo nosotros mismos.

Y para eso está la Fundación Hay Derecho, de la que quiero decir algo. La Fundación está hoy en un momento muy especial. A través del blog, de sus informes y seminarios, está muy bien posicionada en sectores políticos, jurídicos y periodísticos. Sus acciones son cada vez más relevantes. Baste mencionar, como pequeña muestra de nuestras últimas actividades, el recurso de reposición contra la Orden Ministerial del proceso selectivo AEPD, paralizado y anulado finalmente por el Tribunal Supremo; las alegaciones sobre el Anteproyecto de Ley de Protección de Informadores y Lucha contra la corrupción o la reunión de Hay Derecho con la Comisión Europea para la participación en las consultas sobre España de cara al Informe del Estado de Derecho en la UE, que este año se ha publicado con nuestras aportaciones; y que probablemente ha suscitado la reunión con el comisario europeo Reynders con motivo de su visita a España, en la que tuvimos la extraordinaria ocasión de presentarle nuestra opinión sobre la situación del CGPJ y anticiparle nuestro informe del Estado de derecho particular que en breves fechas será presentado.

Le han hecho acreedora de ese reconocimiento su trayectoria, su objetividad y su imparcialidad. La fundación es política pero no es partidista, porque no le importa tanto quién gana en el juego sino las reglas del juego, y los valores.

Pero no seamos ingenuos. Para cambiar la sociedad no basta proponérselo. Es necesario mucho esfuerzo y dedicación. Y si no queremos que “el esfuerzo inútil nos conduzca a la melancolía”, como decía Ortega, es preciso que nos aseguremos de que el esfuerzo sea útil, que funcione.

La Fundación ha decidido, con un plan estratégico, que para ello ha de profesionalizarse, y gracias a la incorporación de nuevos y generosos patronos y un pequeño esfuerzo adicional de los ya existentes, hemos contratado una directora general y un staff rutilante que nos está permitiendo multiplicar nuestras acciones. Quiero, por cierto, agradecer su trabajo y su pasión –y su paciencia con los patronos- al equipo: Safira Cantos, nuestra Directora General, María Mac Crohon, Tábata Peregrín, Javier Zamora y Luís Martínez, a Raquel Salama y al soporte audiovisual de la gala, Antonina y David.

También hemos decidido renovar el organigrama y los cargos frñ patronato y si todo va bien, tendréis otro presidente el año que viene, pues debemos dar ejemplo y no perpetuarnos. Aunque también espero que el nuevo presidente no me saque de la asamblea como un mueble viejo como Xi Jinping ha hecho a Hu Jintao.

Pero, vuelvo al principio. Este esfuerzo tiene que ser –voy a usar la palabra de moda– sostenible. La Fundación no debe crecer sólo con las aportaciones de los patronos. Necesitamos una masa crítica de amigos de la ley, del Estado de Derecho y de la democracia que se comprometan con estos valores, y con la Fundación, que nos ayuden a ser verdaderamente útiles llegando no sólo a élites sino a capas mucho más amplias de la sociedad.

Os insto a que os hagáis amigos y que hagáis amigos a vuestros amigos. Esta contribución os hará sentir que participáis en algo grande, sea poco o mucho lo que se aporte.

No creáis que será un esfuerzo inútil que os conducirá a la melancolía. Este es el momento de recordar dos de los lemas oficiosos de la Fundación, originarios de Edmund Burke: “Para que triunfe el mal sólo es necesario que los buenos no hagan nada”.  Y otro: “El mayor error lo comete el que no hace nada porque sólo podría hacer un poco”.

Para los más remisos o escépticos, tengo algo más dramático: Seguro que conocéis el poema escrito por el pastor luterano alemán Martin Niemöller:

«Cuando vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

ya que no era comunista,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

ya que no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

ya que no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar».

Esperemos que nadie venga aquí a llevarse a personas, pero no es descartable que vayan desapareciendo valores o principios que pensamos que nos quedan lejos, hasta que nos acaban afectando. Haced que la Fundación pueda seguir protestando.

Recordad las palabras del poeta (Ceszlaw Milosz): “No eres tan impotente. Aunque fueras como una piedra del campo, recuerda que la avalancha cambia de dirección a causa de una sola piedra”.

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