Sin embargo, siempre me ha
parecido curioso que estos grotescos y llamativos escándalos tengan más fuerza
destructiva que otros sucesos que, desde mi punto de vista, son deletéreos para
los sistemas políticos, y por tanto para la convivencia y la prosperidad, en grado mucho
mayor. Como, por ejemplo, la proposición de ley de amnistía, la colonización de
las instituciones políticas y administrativas, los conflictos de interés o las
puertas giratorias. Hay, sin duda, ciertos condicionamientos psicológicos. Como
dice Dan Ariely, cuanto más distancia mental
haya entre el acto inmoral y sus consecuencias finales más fácil será mentir
y autojustificarse, lo que él llama el fudge
factor. No parece lo mismo dar un tirón al bolso de una viejecita que cae
al suelo despatarrada que usar el número de tarjeta de crédito de otro (lo
digital nos separa de la realidad) y ya no te digo cargar un poco las horas de
trabajo en una factura de servicios. Aunque todo supone quedarse con el dinero
ajeno, no nos parece tan malo en un caso como en otro -aunque en este robemos
más- porque entre el acto y sus consecuencias hay más pasos, y más suaves.
Algo parecido pasa aquí. Tiene
poca justificación la corrupción descarada en momentos de tanta congoja para el
país y no es fácil encontrar un fudge factor que endulce el trago.
Esos pisos en Benidorm a nombre de la hija de Koldo no parecen permitir
interpretaciones políticas comprensivas. Sin embargo, la amnistía, la lucha por
el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial, la
colocación de familiares o amigos, la devaluación del Estado de derecho o el clientelismo
siempre parecen admitir alguna interpretación conmiserativa como, en el caso
del el gobierno actual (cado uno tiene las suyas), evitar que gobierne la derecha y la ultraderecha, o favorecer que sea el pueblo el que decida, conseguir
que nos dirija alguien que tenga la
sensibilidad política que convenga, lograr la reconciliación y la convivencia en Cataluña o que se hagan
políticas sociales que otras formaciones políticas no permitirían. Por mucho
que pueda sorprender, hay mucha gente que es capaz de autoconvencerse de que el
acto no es tan malo pues la distancia sicológica entre la tropelía (aprobar una
proposición de ley de amnistía, nombrar a los tuyos para el CGPJ) y las
consecuencias (conseguir el poder indebidamente) aumenta el octanaje de ese factor endulzador que permitirá comulgar
con ruedas de molino, porque no es lo mismo dar un golpe de Estado a tiros que
hacer unas aparentemente inocuas publicaciones en el BOE. Aunque es verdad que
si la proposición de ley de amnistía fuera proposición
de ley de orgías de los diputados del partido en el gobierno el índice del fudge factor sería mucho menor, sin
duda.
Siempre he dicho que salvar a las ballenas es una causa
mucho más atractiva que luchar por el Estado de derecho. La ballena es un
animal grande, visible y entrañable que produce emociones, mientras que el Estado de derecho es una
construcción abstracta, obra de unos sesudos pensadores alemanes del siglo XIX
de nombres impronunciables, que no enternece. Pero aunque haya que salvar a las
ballenas (por supuesto), nos va mucho más en el Estado de derecho. Parafraseando
a Lenin, en estas cosas las emociones están bien, pero la racionalidad esmejor.
Que en España haya división de poderes, respeto a las decisiones judiciales,
autonomía e independencia en las agencias públicas, respeto a la ley y a los
procedimientos es la diferencia entre vivir en Venezuela, Gambia o Corea del
Norte y hacerlo en Dinamarca o Alemania. Porque corrupción la hay en todos los
sitios, pero es menos grave si hay Estado de derecho.
Pero, en fin, aquí hemos
conseguido que la koldosfera casi
apague la amnistía y las demás tremendas tropelías que afectan a nuestra
estructura constitucional. Es más, la desfachatez es tal que pareciera que incluso
aquí hay un fudge factor pues, al
parecer, la culpa de la corrupción que afecta al gobierno es de la oposición o,
como se ha atrevido a decir la ministra de Sanidad, Mónica García, del maligno mercado,
que se aprovechó de la situación. Aunque, no se sabe por qué, hubo que
defenestrar a Ábalos. Abalando la koldosfera,
vamos.
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